Hace 14 años empecé a correr. Lo hice porque buscaba un camino para superar una ruptura amorosa (¿Pasa no?). Inicié con un trote sin sentido en la caminadora del gym, preguntándome por qué la gente corría en las calles. Recuerdo que en esos días, leía uno de los títulos más prestigiosos del tema: Runner’s World México y alguien escribía del sueño que era correr el maratón de Boston. Poco a poco aprendía más de running, de Boston, de lo que significa correrlo y 14 años después, la vida y mi pasión por el running me pusieron en la línea de salida del Maratón de Boston.
Boston es parte de los Majors y es, sin duda, el que tiene un vibra diferente a los demás. Sin temor a equivocarme puedo decir que quienes están ahí, juegan en otra liga. No por el ritmo al que se corre, ni mucho menos. Es más bien, como lo veo yo, el baile final de muchos años de correr largas distancias. Y es que llegar a Boston tiene su grado de dificultad pero también tiene ese punto en el que los corredores están tan relajados, que contagian.
«Disfruta de la ruta, de los diferentes detalles que vas a ver en el camino, de la última vuelta para ver al fondo la meta, el anuncio de CITGO, pero más importante, disfruta que estás aquí porque pasa tan rápido todo, que en un parpadeo estás llegando a la meta», me dijo Jane, una corredora de 60 años que iba por su segundo Boston.
Muchas veces estamos obsesionados con llegar a la meta, cuando el camino es igual o mejor de increíble. Boston ha sido uno de mis momentos favoritos hasta ahora en 2023, porque el camino ahí fue menos simple de lo que esperaba, pero cuando llegue ahí, a la línea de salida, todo cayó de golpe y sobre todo, me hizo sentido la frase de Jane, quien por cierto estaba viviendo una fiesta desde que subió a los camiones amarillos en el Boston Common Park. Yo, nervioso, emocionado, pensando en la gente que me mandaba mensajes de apoyo y quien estaba conmigo ahí, Estef.
«Esto es como un juego de superviviencia. Te suben a un autobús, te llevan 42-43 kilómetros lejos de Boston y te dan las mejores vibras con un motivante: Stay safe, comback safe», le escribí a una amiga por Whatsapp mientras llegaba a Hopkinton. Y es que esas son las cosas que hacen que Boston sea muy particular. Un día nublado, con mucha lluvia y las emociones a tope fueron parte del largo camino que haces desde «It all starts here» hasta la última vuelta de la ruta en Hereford Street y Boylston Street.
Otra de las peculiaridades de Boston, es que la ruta tiene desnivel negativo del inicio al final, pero también tiene los Hills que rompen los corazones de muchos cuando llegan a Newton, puedo decir que soy uno de los miles que los han superado con éxito, en parte porque hice una estrategia inteligente al inicio de la carrera y por otro lado, porque llevaba a Estef en mi cabeza y corazón, sabiendo que por azares del destino un tema de salud la ha limitado a hacer cosas que ama como este deporte y que yo, que sí podía, estaba en mi capacidad de dar lo mejor de mi.
Recordé como narra Bill Rogers (en su libro «Marathon Man») su duelo codo a codo con Jerome Drayton y que justo, cuando llegan a los hills de Newton, el canadiense convierte la carrera en una competencia de un solo corredor; un par de horas antes de mi paso por Heartbreak Hill, Eliud Kipchoge dejó ir a Kelvin Kiptum (ganador del maratón). «No te dejes engañar, son 5 subidas y la última es la más difícil y engañosa», nos contó Cris Hueisler (running concierge para Westin) y así, mi camino comenzó desde el kilómetro 26 con un conteo regresivo, haciendo cuentas sobre la inclinación, comparando las subidas que hice en mi entrenamiento, pensando en otras más intensas que pude haber hecho y de pronto, la felicidad de ver a Cris apoyándome y gritando, «mantén el ritmo, te ves muy fuerte, este es el último».
Cuando subí a los autobuses en Boston, me despedí de Estef y los voluntarios nos despedían a los miles de corredores que nos íbamos a la aventura, pensaba en la estrategia. Cómo dividir la carrera, revisar las alertas de comida, esperar que bajara un poco la lluvia y pensar en cómo me iba a ir quitando la ropa durante la ruta para llegar fresco. Cosa que nunca pasó.
La lluvia no se fue en todo el maratón, el frío no bajo y aunque no era una temperatura muy baja (9-10C) la humedad y la lluvia hicieron que tuviera los piel helados al menos hasta el kilómetro 20, cuando el cariño, los besos al aire y el escándalo de las niñas en Wellesley se apoderan de la ruta en la que sabes que ya dejaste atrás las ráfagas de aire de Framingham, Natick y Ashland producidas en gran parte por los espacios abiertos que generan los lagos y lagunas que atestiguan el paso de los miles de corredores en ese estrecho camino que, por momentos, sobre todo al inicio, puede llegar a ser muy desesperante porque no te puedes mover demasiado de tu línea de carrera.
Todos conservan el paso y respetan las bajadas iniciales, quienes no lo hacen es altamente seguro que pagarán la consecuencia en el segundo o tercer hill en Newton. La experiencia que te da llegar a Boston.
«El punto de quiebre es Heartbreak Hill, cuando veas esa manta colgando en la cresta de la subida, todo lo que sigue es bajada y plano, el siguiente objetivo: CITGO Sign», leí en un artículo del New York Times en referencia al maratón de Boston. Hace muchos años y maratones que no me sentía tan nervioso como lo estuve previo a Boston, es decir, ¡es el maratón de maratones! Diríamos muchos que es una especie de graduación para los corredores maratonistas y aunque para algunos es una obsesión, para otros es un maratón que representa el orgullo de correr; tomó mucho más sentido ese sentimiento por los 10 años que se cumplieron luego de los bombazos en la línea de meta del maratón.
De vuelta al modo superviviencia, la zona de espera del maratón es una carpa de 30×10 metros en la que deben caber decenas de maratonistas a la espera de ser llamados al pasillo de casi 2 kilómetros hasta la línea de salida, la cual, debo decir, me la perdí por la emoción de ver a decenas de corredores gritando y celebrando el momento de salir a la marcha de regreso a Boston. «Nos vemos en unas horas, recuerda disfrutarlo», me dijo Jane antes de comenzar a correr, al parecer nunca me perdió la pista.
Sé que Jane no leerá estas líneas, pero debo decir que NO, no disfruté los primeros kilómetros del maratón. Éramos tantos corredores y el camino es tan estrecho que no podía agarrar mi paso y, en consecuencia, no pude calentar el cuerpo y músculos hasta el registro del kilómetro 8. Nunca he sido de pensar en lo que me falta por correr, al contrario, pienso siempre del otro lado de la moneda: cuánto he recorrido y sobre todo, no perder pista de la comida. Muy importante en una carrera de larga distancia como el maratón. Pero en esos primeros kilómetros muchas veces pensé: «No puedo creer que esto vaya a ser así toda la ruta».
Recuerdo que cuando llegue a la manta en la cresta de Heartbreak Hill, vino a mi mente el mapa de la altimería de la ruta (soy un obsesionado de las rutas, los desniveles y más) justo la parte de arriba deen la ruta parece la cresta de un corazón. Pasado ese tramo, vino a mi cabeza el maratón de Nueva York y la marca del kilómetro 36, ahí a pesar de lo bien que me sentí, apagué el reloj y baje el paso para llegar a la meta cómodo. Era mi último long run de cara al Maratón de Valencia. «¿Te acuerdas, Quirino?». Recordé la impotencia que sentí de tener que abandonar en el kilómetro 30 ese maratón. La frustración y sobre todo el desencanto y enojo con el maratón.
2022 lo terminé enojado con el running, estaba frustrado y lejos se veía el maratón en planes: Chicago. Así que había tiempo para hacer las paces y no correr, eso hice. No corrí más de 20 kilómetros en 2 meses y de pronto, The Westin estaba en la puerta con los vuelos listos para partir a Boston. La edición 127 del maratón de Boston significó un viaje diferente, sin presiones de nada, de reconciliación pero más importante de amor a esto que tanto amo, que es correr y compartirlo con quienes puedo.
Llegué a ver el CITGO Sign y entonces regresó a mi lo que dijo Jane en el autobús amarillo rumbo a Hopkinton: «en un abrir y cerrar de ojos, llegaste a la meta. Así que disfrútalo». Y entonces aparecieron las cámaras, la gente, Estef y esa milla (1.6Km) hasta la meta fue como dirían en el maratón de Chicago: The Magnificent Mile. Agradecí por el recorrido, abrace a Estef, le dedique a mi sobrina y mi familia esos últimos metros y solo floté hasta llegar por mi unicornio. Ése que tanto soñé y que hoy, puedo disfrutar porque como dijo Jane: en un abrir y cerrar de ojos, llegas a la meta.
Gracias Clau, Jorge, Katherine, James y Cris. El joven Quirino que leía RW México en el desayuno sabe ahora que cumplió una meta y sueño más, pero más importante: Disfrutó cada kilómetro del Maratón de Boston.